15 junio 2007

semillas

En alguna emisora de radio que escucho distraídamente por las mañanas, han traído para la programación veraniega un divulgador científico. Bienvenido sea.

Cuando conecto la radio ya ha comenzado su intervención. Está hablando sobre la Tabla Periódica de los Elementos Químicos de Mendeleiev. Cómo los elementos de la misma columna tienen propiedades similares y cómo gracias a ella se pudo predecir la existencia de un elemento así como sus características atómicas y propiedades químicas. Años despues este elemento químico fue descubierto y se le puso el nombre de germanio.

Enlazó este elogio a Mendeleiev y su Tabla, horror de los estudiantes, apostilló la locutora, con el origen de los elementos. Estos se forman en las estrellas a partir del átomo más sencillo, el hidrógeno, compuesto de un protón y un electrón. Debido a las altas temperaturas y presiones reinantes a partir de átomos de hidrógeno en sucesivas reacciones de fusión producen helio, compuesto por dos neutrones, dos protones y dos electrones. Así, por sucesivas fusiones se irán formando los demás elementos compuestos cada vez por más neutrones, protones y electrones.

Pasó a narrar, yo ya iba por la segunda mano del rasurado (en Urtala aún nos rasuramos, los afeites son cosas de damiselas), cómo la materia que conforma los planetas es la de las estrellas que murieron y en un formidable estallido expandieron la materia que formaron por el universo.

El lector que haya llegado hasta aquí se preguntará: ¿Y el título de Semillas a qué viene? Pues a que en una desafortunada metáfora, quizá como resultado de luna idea recibida desde el púlpito donde tantas veces hemos oído glosar la cita del evangelio según San Juan 12:24,
Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto, el divulgador científico afirmó que una estrella debe morir para que los planetas nazcan, al igual que una semilla debe morir para que nazca una planta. Los apóstoles eran pescadores y parece que de agricultura no sabían mucho.

Cualquier agricultor de Urtala sabe que lo anterior no es cierto. Si por inundación de los campos o por heladas las semillas mueren no habrá cosecha. La semilla,en esencia, en nada se diferencia de un huevo de ave: está formado por un embrión vivo, aunque en vida latente, y una reserva alimenticia para completar su desarrollo embrionario hasta que tenga la raíz y el primer par de hojas que lo haga autosuficiente. La germinación no es otra cosa que el despertar de esa vida latente del embrión para retomar su desarrollo embrionario que empezó con la formación de la semilla, y que culminará con la formación de un nuevo individuo.

08 junio 2007

aves de paso

El mesonero, su mujer y su hija y los pajarillos que tan amorosamente cuidaba han abandonado el nido. El mesón está en en la encrucijada de la una carretera nacional y otra comarcal lo que proporcionaba una numerosa clientela, aparte de los de Urtala y otros tres pueblos vecinos que se encuentran a tiro de piedra. También pasa el Camino de Santiago que se llena de peregrinos desde el principio de la primavera y hasta el fin del otoño.

La reciente construcción de una autovía acabó con los clientes de la carretera nacional que ahora, de golpe, ha pasado a ser un camino rural. Los ingresos ya no daban ni para alimentar a las cardelinas, tarines y verderones y el mesonero con su familia y sus pajarillos ha volado a la ciudad vecina. El lugar ha quedado en un silencio imponente.

01 junio 2007

pajarracos y pajarillos

Jaime, el mesonero, tiene habilidades insospechadas además de las conocidas como albañil en París y cocinero en el mesón. Recoge pajarracos y pajarillos -los uccellacci e uccellini de P. P. Pasolini- que por accidente o imprudencia caen del nido y cría con un amor franciscano. Tuvo un cuervo que andaba por la casa, entraba y salía como un perro y ladraba como tal a los que creía intrusos. Hablaba correctamente y robaba cuanto encontraba de su gusto, defendiendo con ferocidad su botín. Era cosa digna de verse como transportaba y escondía tras el radiador la revista, llena de color, que acababa de robar. Una vez conseguida la proeza se alejaba para comprobar que había quedado bien oculta. Como asomara una esquina, se acercaba de nuevo y no cejaba hasta que no se viera nada. Así todos los rincones de la casa quedaron en poco tiempo llenos de los productos de sus rapiña.

Ayer, al entrar al mesón oí el trino apagado de un pajarillo. Estaba subido en una repisa sobre la cafetera Cimbali. Se acerco Jaime y, en vez de volar asustado, saltó al índice que le ofrecía. Por la desproporción de la cabeza, el revoltijo de sus plumas y las comisuras de su pico aún ligeramente amarillas se adivinaba que era un polluelo. Lo cogió en el atrio de la iglesia hace un mes cuando cayó del nido todavía sin plumas. Lo estuvo alimentado, como hace todos los días, hasta que sació su hambre. Luego, junto a las botellas de vermut y anís, se quedo jugando con el rabo de un cereza.