Aquí en Urtala el trato no es precisamente versallesco y son especialmente reacios a ese tono, que más allá de lo educado, cae en lo empalagoso. Son más tendentes a soltar la verdad como bofetadas y de nada vale recordarles que la verdad no la dicen más que los niños, los borrachos y los locos.
El otro día murió Gabriel Cisneros, antiguo falangista y defensor de Franco y según José Mª Calleja, un político importante en la democracia y padre de la Constitución. No creo, como Calleja, que Cisneros evolucionara tanto. Su idea fundamental era vivir de la política, sus principios parece que eran algo de quita y pon. Si verdaderamente se hubiera reconvertido a la democracia, lo podía haber hecho antes de morir el dictador, como lo hicieron otros y encomendarse a todos los santos de su devoción para que no le pidieran cuentas por su mala vida pasada. No necesitábamos los españoles ni a él ni a Fraga para que nos escribieran el futuro.
En Urtala a muerto el sacristán. Era un hombre con la gracia de las moscas en otoño, que se dedicaba a zaherir a los feligreses mientras pasaba cepillo en misa. Un jubilado comenta en la plaza el suceso.
-Y bien muerto está, -le contesta Manuel, -que a mí no hacía más que joderme.
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