En el Paseo de Sarasate y en honor del insigne violinista que le da nombre, han instalado unos violines de unos dos metros de altura. Sobre un modelo común distintos pintores locales los han decorado según les ha dictado su inspiración y ha limitado su estilo.
No hace muchos años nadie hubiera dado nada por su supervivencia. Especialmente por ése pintado de blanco inmaculado que lleva pegados sobre su superficies innumerables y negrísimos zapatos.
Ha pasado el verano y no falta ni un zapato. Todos siguen en su sitio, ninguno ha sido tumbado o ha desaparecido. Sólo han servido para hacerse fotos junto a ellos. El de más éxito ha tenido el de alas en el arranque del mástil. Poniéndose conveniente delante de él pareciera que uno jamás hubiera roto un plato.
Este respeto por la cosa pública, por los adornos urbanos y el cada día mayor número de bicicletas por las calles me han sugerido el título.
1 comentario:
Me alegra esa amsterdización. En cuanto a lo de los porros ya lo éramos hace años.
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