Una mañana lluviosa en Amsterdam, es decir, una mañana cualquiera en Amsterdam, mientras esperábamos al tranvía me preguntaron si me gustaba Bob Dylan. Hubo que improvisar una respuesta, que se limitó a afirmar que no era santo de mi devoción, pues siempre asociaba su canción a un recitativo cansino, con voz no muy agradable. Comenté a mi interlocutor que, hacía poco tiempo, había oído por la radio a un músico o crítico musical, que Bob Dylan si fuera español cantaría jotas. La llegada del tranvía me evitó seguir diciendo vaguedades sobre la música y la letra de sus canciones.
De vuelta a casa, todavía no se ha inventado el iPod sumergible, tomo el iPod, escucho todo lo que tengo de Bob Dylan y me quedo maravillado. Su música me parece magnífica, su forma de cantar pasa de ser un recitativo cansino a una forma original y única, la amplitud de su obra impresionante. Sólo me queda estudiar sus letras que están publicadas en un libro bellamente editado.
Ahora que lo conozco un poco mejor puedo decir que me gusta mucho Bob Dylan.
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