Por si esta hazaña no hubiera sido bastante, me ha apagado la radio para que no me entretuviera oyéndola. Aunque ésto haya sido accidental, no ha dejado de ser menos sorprendente.
He vuelto a poner la radio. Como aquello podía prolongarse me ha tocado en la mano con su nariz húmeda y fría. He abierto los ojos y me he topado con los suyos, verdes, grandes, redondos mirándome fijamente a menos de un palmo de los míos. Me he levantado y ha salido corriendo delante de mí hacia la cocina. Mientras le ponía el desayuno daba vueltas entre mis piernas restregándose contra ellas en una muestra de agradecimiento. ¿No es asombroso?
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