25 enero 2008

despertar

A mis pies, en la misma cama, suele dormir nuestro gato. Es madrugador, pero espera pacientemente hasta que suena el radiodespertador. Entonces se levanta, avanza sigilosamente por el borde de la cama, pasa a la mesilla e intenta encender la pequeña lámpara con una tenacidad inagotable. A veces lo consigue. Hoy lo ha hecho al primer intento y sólo esto le hace merecedor de salir en este diario.

Por si esta hazaña no hubiera sido bastante, me ha apagado la radio para que no me entretuviera oyéndola. Aunque ésto haya sido accidental, no ha dejado de ser menos sorprendente.

He vuelto a poner la radio. Como aquello podía prolongarse me ha tocado en la mano con su nariz húmeda y fría. He abierto los ojos y me he topado con los suyos, verdes, grandes, redondos mirándome fijamente a menos de un palmo de los míos. Me he levantado y ha salido corriendo delante de mí hacia la cocina. Mientras le ponía el desayuno daba vueltas entre mis piernas restregándose contra ellas en una muestra de agradecimiento. ¿No es asombroso?

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