La experiencia ha revelado que el hecho de atribuir un precio elevado a un vino mejoraba la experiencia gustativa de los catadores. Parece ser, después de medir la actividad del cortex orbitofrontal medial que la zona del placer ya estaba activada ante la vista del precio antes de que se activara el centro del gusto.
Ya lo sabían los de turrones 1880 cuando lo anunciaban como el más caro del mundo. Se estaban asegurando de este modo que su turrón nos supiera mejor que cualquier otro.
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