Jaime, el mesonero, tiene habilidades insospechadas además de las conocidas como albañil en París y cocinero en el mesón. Recoge pajarracos y pajarillos -los uccellacci e uccellini de P. P. Pasolini- que por accidente o imprudencia caen del nido y cría con un amor franciscano. Tuvo un cuervo que andaba por la casa, entraba y salía como un perro y ladraba como tal a los que creía intrusos. Hablaba correctamente y robaba cuanto encontraba de su gusto, defendiendo con ferocidad su botín. Era cosa digna de verse como transportaba y escondía tras el radiador la revista, llena de color, que acababa de robar. Una vez conseguida la proeza se alejaba para comprobar que había quedado bien oculta. Como asomara una esquina, se acercaba de nuevo y no cejaba hasta que no se viera nada. Así todos los rincones de la casa quedaron en poco tiempo llenos de los productos de sus rapiña.
Ayer, al entrar al mesón oí el trino apagado de un pajarillo. Estaba subido en una repisa sobre la cafetera Cimbali. Se acerco Jaime y, en vez de volar asustado, saltó al índice que le ofrecía. Por la desproporción de la cabeza, el revoltijo de sus plumas y las comisuras de su pico aún ligeramente amarillas se adivinaba que era un polluelo. Lo cogió en el atrio de la iglesia hace un mes cuando cayó del nido todavía sin plumas. Lo estuvo alimentado, como hace todos los días, hasta que sació su hambre. Luego, junto a las botellas de vermut y anís, se quedo jugando con el rabo de un cereza.
1 comentario:
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