Acabo de llegar de París de ver una exposición inusual y sorprendente. El Museo Nacional de Historia Natural rinde homenaje a su majestad la mosca. El museo conserva la segunda colección más importante del mundo, detrás de la del Museo Británico, de este díptero. Tres millones de ejemplares, pertenecientes a 30.000 especies, se alinean en cajas apiladas en la sección Dípteros en el laboratorio de entomología.
La exposición se abre sobre una gran mosca aplastada en el suelo. Después de haber atravesado un túnel transparente detrás del que millares de individuos zumban, el visitante penetra en el universo de los dípteros. Allí se puede admirar el ojo de la mosca con una lupa binocular, y uno podrá hacerse pasar por médico forense observando larvas de lucilias cómo descomponen un cadáver. Al final de la exposición se puede participar en el proceso del insecto. Después de haber escuchado los alegatos de la defensa y de la acusación, deberá votar para decidir su condena a muerte o su puesta en libertad.
De esta multitud de especies sólo tres o cuatros están asociadas con nosotros. El 98% de las moscas viven con los hongos y los vegetales, siendo las responsables, junto con otros insectos, de la polinización de estos últimos. Sin olvidar su papel en el reciclaje de los suelos y de la materia orgánica.
La inmensa variedad de formas y comportamientos les ha proporcionado un extraordinario éxito biológico que les permite ocupar los ecosistemas más dispares . La mosca es un material apasionante para el que se interesa por la evolución y la biogeografía. El vuelo de los dípteros, con un sólo par de alas y el otro transformado en halterios, intriga a otros especialistas que lo estudian para intentar comprender como el insecto es capaz de mantenerse en vuelo estacionario o cambiar de dirección de manera instantánea.
Sin olvidar a la pequeña y humilde mosca del vinagre, de la fruta y del vino, los moscos tudescos de Quevedo, que con su facilidad de cría y sus únicos cuatro cromosomas gigantes han permitido dar pasos de gigante en genética.
Incluso de aquellas que transmiten el paludismo, dengue, fiebre amarilla y otras enfermedades temibles, sería posible descubrir las sustancias antibióticas de sus gládulas salivares que las hacen inmunes.
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