Estas algas, como todos los vegetales, se alimentan de luz y de aire, precisamente del CO2 atmosférico. Así que nada más fácil, se les ilumina por la parte superior de la columna, que no es otra cosa que un gran tubo de cristal y se les insufla por abajo el, para nosotros, ponzoñoso aire cargado de CO2 del aparcamiento subterráneo. Ellas, a cambio, nos devolverán oxígeno, que burbujea bellamente hacia arriba por el interior de la columna.
Mientras tanto la población de algas crece de una manera exponencial siguiendo la ley natural y que matemáticamente describió Verhulst con la ecuación:
N=K/(1+e^a-r·t)
siendo N, el número de individuos de la población; K , la capacidad máxima del medio; r, la tasa intrínseca de crecimiento y t, el tiempo transcurrido.
Sabiendo N al comienzo del cultivo (t=0) se puede calcular el valor de a.
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