Lo que tiene que pasar pasa y es inevitable. Los pesimistas pensaban que la burbuja inmobiliaria explotaría violentamente, los optimistas creían que iría desinflándose poco a poco. La población no ha crecido al mismo ritmo que el número de viviendas y el precio de éstas aumentaba desmesuradamente al convertirse en un producto para la inversión especulativa, lo que nunca debió dejar de ser un bien de primera necesidad.
Al exceso de oferta acompaña un descenso en el precio, pero esto que en un principio podría ser una buena situación para el comprador también se vuelve en su contra, salvo que tenga el dinero suficiente para comprar sin tener que pedir un crédito hipotecario. Precisamente la gran crisis de activos financieros en EEUU se debe en haber dado créditos hipotecarios en un mercado inmobiliario a la baja.
La cuestión es simple. Si en un mercado inmobiliario, en el que los precios de los pisos es de un 15% anual, un joven de 30 años pide un crédito para comprar un piso, que el banco valora en 200.000 euros, le entrega 180.000 euros que debe pagar en 30 años, a razón de 1.000 euros al mes. Si a los cinco años se declara insolvente y el banco le embarga el piso, éste ha ganado los 60.000 euros de las mensualidades de la hipoteca y un piso que se ha revalorizado al 10% anual y que ahora vale 292.820 euros. En total 352.820 euros menos los 180.000 euros que entregó al desafortunado cliente, lo que hace una ganancia neta de 172.820 euros, ¡casi un 20% anual!
La situación actual es la inversa. Se oye decir que los bancos no prestan porque no tienen dinero. Aunque lo tuvieran, no lo harían en el sector inmobiliario. Volvamos al caso anterior. Si el piso de 200.000 euros, a los cinco años vale sólo 120.000 euros, el banco recuperaría únicamente lo prestado. La ganancia sería cero, que es la nada, el horror vacuii de los bancos.
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