24 mayo 2007

relojes


El reloj era un objeto que, además de marcar las horas, marcaba el paso de las distintas etapas de nuestras vidas. El primer reloj llegaba con el fin de la niñez y el estreno de nuestra juventud. Era el reloj que nuestros padrinos nos regalaba por nuestra Primera Comunión. Con este reloj hacíamos nuestro bachillerato elemental.

Al aprobar la reválida iniciábamos nuestra adolescencia y el bachiller superior marcando este tiempo un nuevo reloj. Sería uno automático y con calendario como correspondía a los nuevos tiempos. Ya no habría reloj hasta acabar la carrera y empezar nuestra vida profesional y luego, si se mantenían las tradiciones, las cosas empezaban a cambiar mucho, el de la petición de mano.

Para aquellos años ya había aparecido los de cuarzo que superaban en precisión al mejor y más caro de los cronómetros suizos. Fue Swatch quien alteró por completo la tradición de los relojes para toda la vida al poner de moda el diseño más actual al servicio del reloj y la costumbre de hacer colecciones según las estaciones del año.

Entre sus múltiples modelos recuerdo uno que tenían en su esfera las 24 horas del día. No era ninguna novedad. En las catedrales góticas era frecuente ver esferas de este tipo, que indicaban las 12 horas del día y las 12 de la noche. Busqué en internet y ví que varias marcas los siguen haciendo en todas sus posibilidades. Compré uno. Además de un homenaje a la tradición su utilidad es incuestionable. Apuntando la aguja horaria en la dirección de la sombra, las 24 de la esfera (las 12 en los modelos 12 on top) indican el norte. Y lo que es más importante, se sabe cuando es de día y de noche

3 comentarios:

Anónimo dijo...

a mi me se a succionao mi poblema
podre disferenciar el dia y las noches y buscar mi norte.

Anónimo dijo...

a

Anónimo dijo...

Mi padrino regalóme un peluco el día que hice la primera comunión. Recuerdo que me lo entregó su hijastro, al que entonces llamábamos Nuni, El Nuni, sonriente y con la emoción en la cara de quien entrega un don valioso. Era un soleada pero agradable mañana de mayo del 88, paseo Sarasate, junto a la Tómbola de Cáritas.

El reloj tenía la correa del color del gazpacho, como de un marrón rojizo suave, y una de esos marcadores de la luna que al final acaban yendo a su aire, siguiendo su propio ritmo lunar. Diré que me gustó, quizá un pelín clásico, más afín cómo era por entonces a los incipientes Swatch. Una vez mi padre me regaló uno. Eran las 8 de la mañana y nos llevaba al cole en el diminuto mini color negro matrícula NA-75321 (creo) y al abrir la puerta se le rajó toda la esfera. Era un reloj negro impoluto, y para ver la hora había que hacer un ímprobo esfuerzo ocular, pues todo era negritud en esa circulito: manecillas, esfera y las horas. Además, con la raja como un haz de cristal en medio era aún más difícil. Fue un regalo raro aquel, ahora lo veo, mezcla de "toma, que a mí no me sirve" y "toma, hijo, un reloj". En cualquier caso, hay que reconocer que no fue el clásico ejemplo de transmisión relojil paternofilial que acostumbranos a leer en los relatos costumbristas.

Así que me quedo con el primero, el de la luna independiente, a pesar de que lo usé poco, porque en mi muñeca de EGB me daba un aire un si es no es amarenadito, con los toques dorados, en aquel imperio de los casio digitales, y tampoco era plan de parecer más fino que el profesor de religión. Así que volví al Swatch de la cara cortada, e imaginé en las horas muertas de lenguaje que la luna aparecía por entre la negrura, y me ofrecía un reloj irrompible e inmortal.