Acompañar el desayuno de los domingos con guindillas en aceite es algo fuerte, pero cuando las guindillas se ha descompuesto y el picante se ha transformado en un repugnante sabor a podrido, pueden echar a perder toda la mañana.
Ollarra, nos invita a degustar estas guindillas caducadas. Hasta el mismo aceite que las conservaba parece haberse enranciado. Estos artículos sobre temas locales, que tuvieron en su momento su gracia y su picante, se han convertido en una monotemática, agria e insultante retahíla contra el proceso de paz.
Su estilo, sus maneras, rebelan un malestar, una rabia, un odio insufribles. No importa la falsedad (al etarra lo han puesto en la calle), que luego se ve obligado a atenuar (lo han puesto en casa), ni el aldeanismo (vulquetazo por inversión), o el aldeanismo aún mayor del uso de motes como "la Vogue" refiriéndose, supongo, a la señora Vicepresidenta del Gobierno. En los últimos artículos, al presidente del Gobierno, al que llamaba despectivamente ZP, en una vuelta más de tuerca, lo llama ahora Rodríguez. Ollarra está fuera de sí.
Ni un reo sometido al potro de tortura sufriría tanto. Parece verse a Ollarra en un rincón de uno de esos estremecedores grabados de Doré del primer libro de la Divina Comedia, embotando sus guindillas en aceite. ¿Qué ha hecho Ollarra para merecer este castigo?
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