Todos hemos oído alguna vez hablar de la mecánica cuántica, desarrollada a comienzos del siglo XX por Max Plank. Los primeros conocimientos de esta nueva rama de la física, que estudia el comportamiento de la materia a escala muy pequeña, no eran excesivamente complicados. La energía, según halló Max Plank al estudiar la radiación del cuerpo negro, no es contínua, sino que se hace por valores discretos o quanta (plural de quantum, cantidad en latín) cantidades mínimas de energía que se pueden transferir. Hasta aquí la única novedad era que la energía se intercambiaba como el dinero, donde el valor discreto menor o quantum es el céntimo.
Luego llegó el principio de indeterminación de Heisenberg y la ecuación de onda de Schroedinger. El principio de indeterminación del primero no quiere decir que la física cuántica no sea determinista, como bien claro lo expresa la función de onda del segundo.
Nunca pensé que términos tan abstractos de la física tuvieran una aplicación inmediata, a pesar de haber leído que se estaba investigando en ordenadores cuánticos. Ahí puede pasar cualquier cosa.
Parece ser, que el órgano más primitivo del ser humano es un órgano cuántico. Se pensaba que las moléculas olorosas actuaban por el principio de llave-cerradura en los receptores del olfato. Si una molécula encajaba, por su forma tridimensional, en el lugar de anclaje del receptor, éste generaba un impulso nervioso en la neurona asociada, impulso que se trasmitía hasta el cerebro.
El equipo de Marshal Stoneham, del University College, afirma que diferenciamos los olores, no por la forma de las moléculas, sino por las vibraciones que emiten. Para detectar esta frecuencia, un electrón -emitido por la mucosa- es enviado sobre la molécula. Si tiene exactamente la misma energía de vibración que la molécula olorosa, la atraviesa para alcanzar el receptor, que activará las neuronas.
Esta nueva explicación del funcionamiento del olfato palia los defectos del modelo tridimensional. Explica por ejemplo, cómo dos moléculas de formas diferentes pueden oler parecido. O bien, cómo añadir un simple carbono a una molécula -sin que cambie la forma de ésta- trasforma un olor de mugete en el de madera de sándalo.
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