Ayer domingo fuimos a un mar interior, un simple embalse, que se encuentra cerca de Urtala. Visto desde el aire tiene la silueta de un dragón chino, con los pies en la tierra la realidad es algo más dura. Cuando de un lugar se comienza diciendo que el paisaje es bonito, uno ya puede irse preparando para cualquier desgracia debida al paisanaje.
¡Qué fea es la pobreza! Y eso, o quizá por eso, que esta pobreza no es aquella pobreza absoluta que tuvimos la desgracia de conocer. Ésta, en lo material, es una pobreza relativa que se acerca hasta el embalse en sus coches, pero en lo intelectual es una pobreza total. Si el intelecto no está educado para captar la belleza y para sentirse incómodo con la fealdad, las personas no harán un esfuerzo por mantener las cosas ordenadas y para aumentar todavía más ese orden. Entonces todo tenderá hacia el desorden, el caos que es la esencia de la feo.
No sería muy costoso hacer, a la derecha de una rampa imposible, cubierta de cemento y donde han echado unos trozos, ya viejos y astrosos, de césped artificial, una pequeña bahía. Como las bahías naturales estaría cerrada por un barra costera que quedaría cubierta por el agua cuando el embalse estuviera lleno y retendría el agua cuando el nivel del embalse bajara por debajo de la cresta de la barra. El fondo de esta bahía estaría cubierto, así como la orilla, de arena, para que los bañistas no salieran del agua enlodados como elefantes africanos después de un refrescante baño en la sabana.
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