Suena en la calle un redoble de tamboril al que le sigue el chirriante sonido de la gaita. El público se hace a un lado, alzando por encima de sus cabezas cámaras de fotos. Entre un tintineo de campanillas y cascabeles avanzan lentas las mulillas. Muy al fondo la banda de música inicia un pasodoble solemne y profundo. Pasa en un coche descapotable, desde el que saluda con ademanes papales un torero: el Facultades. Detrás la banda de música cierra el cortejo. Todos se pierden a lo lejos. Hoy es su día de gloria.
El Facultades es el torero de una pequeña ciudad de provincias. A superado el medio siglo, es feliz y sus luces son las del traje torero. Lleva todo el año esperando este día. En el ruedo habrá aplausos, ovaciones, algún trofeo y un derrote traicionero del toro que le hará correr hasta el burladero. Allá el miedo le hará sentirse como un pelele. Las piernas le serán ajenas, un vómito pavoroso salpicará el callejón y un cerco oscuro irá creciendo en la taleguilla tabaco y oro. Si hay suerte saldrá a hombros. Y así diecisiete años.
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