(continuación)
Ella se fue tras su madre con tan gran alteración que la vista llevaba casi perdida, de lo cual se siguió que esta infanta, no pudiendo sufrir aquel nuevo dolor que con tanta fuerza al viejo pensamiento había vencido, descubrió su secreto a una doncella suya, de quien mucho se fiaba, que tenía por nombre Darioleta, y con lágrimas en los ojos y más en el corazón le demandó consejo de cómo podría saber si el rey Perión a alguna otra mujer amase, y si aquel tan amoroso semblante que a ella había mostrado, si le viniera en la manera y con aquella fuerza que en su corazón había sentido. La doncella, espantada de mudanza tan súbita en persona tan apartada de actos semejantes, teniendo piedad de tan piadosas lágrimas, le dijo:
—Señora, bien veo yo que según la demasiada pasión que este tirano amor en vos ha puesto, que no ha dejado de vuestro juicio lugar donde consejo ni razón puedan ser aposentados, y por esto, siguiendo yo, no a lo que a vuestro servicio debo, mas a la voluntad y obediencia, haré aquello que mandáis, por la vía más honesta que mi poca discreción y mucha gana de serviros pudieren hallar.
Entonces dejándola se fue a la cámara donde el rey Perión reposaba y halló a su escudero a la puerta con los paños de vestir que le quería dar, y le dijo:
—Amigo, id vos a hacer algo, que yo quedaré con vuestro señor y le daré recaudo.
El escudero, pensando que aquello por más honra se hacía, le dio los paños y se fue de allí. La doncella entró en la cámara donde el rey estaba en su cama, y como la vio, conoció ser aquélla con quien había visto más que con otra a Elisena hablar, como que en ella más que en otra alguna se fiaba, y creyó que no sin algún remedio para sus mortales deseos allí era venida, y estremeciéndosele el corazón le dijo:
—Buena doncella, ¿qué es lo que queréis?.
—Ayudaros a vestir, dijo ella.
—Eso al corazón había de ser —dijo él—, que de placer y alegría muy despojado y desnudo está.
—¿En qué manera?, dijo ella.
—En que viniendo yo a esta tierra —dijo el rey—, con entera libertad, solamente temiendo las aventuras que de las armas podían ocurrirme, no sé en qué forma entrando en esta casa de vuestros señores, soy llagado de herida mortal, y si vos, buena doncella, alguna medicina para ella me procuraseis, de mí seríais muy bien galardonada.
—Cierto, señor —dijo ella—, por muy contenta me tendría en hacer servicio a tan alto hombre de tan buen caballero como vos sois, si supiese en qué.
—Si vos me prometéis —dijo el rey—, como leal doncella de no descubrirlo, sino allá donde es razón, yo os lo diré.
—Decídmelo sin recelo —dijo ella—, que enteramente por mí guardado os será.
—Pues amiga, señora —dijo él—, os digo que en fuerte hora yo miré la gran hermosura de Elisena, vuestra señora, que atormentado de cuitas y congojas soy hasta el punto de la muerte, de la cual si algún remedio no hallo, no se me podrá excusar.
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1. que casi la vista perdida llevaba.
2. que con tanta fuerza al viejo pensamiento vencido había.
3. había.
4. partiéndose de ella.
5. Daros de vestir.
(continuará)
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