08 agosto 2007

¿qué es lo literario? (2)

El que se ofrece hoy a la cata es un vino joven, sin complejidad, plano, sin color ni sabor destacables, se diría que es el vino que vende Asunción. Y se vende muy bien, se puede encontrar en las grandes superficies formando faraónicas pirámides de tetrabrik. Cerremos los ojos y tomemos un sorbo.

La primera visita que recibió Bernat cuando todavía no había enterrado al difunto fue la del alguacil del señor de Navarcles, su señor feudal. "¡Cuánta razón tenías, padre!", pensó Bernat al ver llegar al alguacil y varios soldados a caballo.
-Cuando yo muera -le había repetido el viejo hasta la saciedad en los momentos en que recuperaba la cordura-, ellos vendrán; entonces debes enseñarles el testamento. -Y señalaba con un gesto la piedra bajo la cuál, envuelto en cuero, se hallaba el documento que recogía las últimas voluntades del loco Estanyol.
-¿Por qué, padre? -le preguntó Bernat la primera vez que le hizo aquella advertencia.
-Como bien sabes -le contestó-, poseemos estas tierras en enfiteusis, pero yo soy viudo, y si no hubiera hecho testamento, a mi muerte el señor tendría derecho a quedarse con la mitad de todos nuestros muebles y animales. Ese derecho se llama de intestia; hay muchos otros a favor de los señores y debes conocerlos todos. Vendrán, Bernat; vendrán a llevarse lo que es nuestro, y sólo si les enseñas el testamento podrás librarte de ellos.

En este texto tan anodino sorprenden, para mal, algunas notas discordantes. Al leer cuando todavía no había enterrado al difunto, uno nota que algo le ha herido el sentido del gusto y hace una mueca. ¿No hubiese sido menos mal sonante, no había enterrado a su padre?

Es importante adecuar el lenguaje a la época en que se desarrolla la acción y la expresión hasta la saciedad resulta extemporánea. Aún es peor la jerga. Ya advertía Voltaire que toda jerga es vulgar, no solo la carcelaria y la barriobajera, sino la científica y más todavía la pseudocientífica.

Así que cuando uno lee enfiteusis e intestia no puede por menos que reprimir la naúsea. ¿Se imaginan a un payés analfabeto del siglo XIV, hablar a su hijo de estas figuras del derecho? Sólo de esto se puede deducir que el autor es un aficionado a la literatura, con buenas intenciones y escasas dotes, y un abogado de profesión, que todavía recuerda el mal trago que tuvo que superar cuando en un examen le toco enfrentarse con estos temas.

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