19 agosto 2007

libro primero de amadís de gaula. 4

(continuación)

La doncella, que el corazón de su señora conocía enteramente en este caso, cuando oyó se puso muy alegre, y le dijo:
—Mi señor, si vos me prometéis, como rey, en todo guardar la verdad a lo que más que ningún otro que no lo sea obligado estáis, y como caballero que según vuestra fama por sostenerla tantos afanes y peligros habrá pasado, de tomarla por mujer cuando fuere su momento, yo la pondré donde no solamente vuestro corazón satisfecho sea, mas el suyo que tanto o por ventura más que él es culta y en dolor de esa misma llaga herido, y si esto no se hace, vos no la cobraréis ni yo creeré ser vuestras palabras de leal y honesto amor salidas.
El rey, que en voluntad estaba ya imprimida la permisión de Dios para que de eso se siguiese lo que adelante oiréis, tomó la espada que junto a sí tenía y poniendo la diestra mano en la cruz dijo:
—Yo juro en esta cruz y espada con que la orden de caballería recibí, de hacer eso que vos, doncella, me pedís, cada que por vuestra señora Elisena demandado me fuere.
—Pues ahora holgad —dijo ella—, que yo cumpliré lo que dije.
Y partiéndose de él se tornó a su señora y contándole la que con el rey concertara, muy grande alegría puso en su ánimo, y abrazándola le dijo:
—Mi verdadera amiga, cuándo veré yo la hora que en mis brazos tenga aquél que por señor me habéis dado.
—Yo os lo diré —dijo ella—: Ya sabéis, señora, cómo aquella cámara en que el rey Perión está tiene una puerta que a la huerta sale, por donde vuestro padre algunas veces sale a recrear, que ahora con las cortinas está cubierta, de la que yo tengo la llave; pues cuando el rey de allí salga yo la abriré y siendo tan noche que los del palacio sosieguen, por allí podremos entrar sin que de ninguno seamos sentidas, y cuando sazón sea salir yo os llamaré y tornaré a vuestra cama.
Elisena, que esto oyó, fue atónita de placer que no pudo hablar y tornándose en sí le dijo:
—Mi amiga, en vos dejo toda mi hacienda, mas ¿cómo se hará lo que decís, que mi padre está dentro en la cámara con el rey Perión, y si lo sintiese seríamos todos en gran peligro?.
—Eso —dijo la doncella—, dejadme a mí que yo lo remediaré.
Con esto dejaron su habla y pasaron aquel día los reyes y la reina y la infanta Elisena en comer y cenar como antes, y cuando fue noche, Darioleta apartó al escudero del rey Perión y le dijo:
—¡Ay, amigo, decidme si sois hombre hidalgo!.
—Sí soy —dijo él—, y aun hijo de caballero, mas ¿por qué me lo preguntáis?.
—Yo os lo diré —dijo ella—, porque querría saber de vos una cosa; os ruego, por la fe que a Dios debéis y al rey vuestro señor, me la digáis.
—Por Santa María —dijo él—, toda cosa que yo supiese os diré, con tal que no sea en daño de mi señor.
—Eso os otorgo yo —dijo la doncella—, que ni os preguntaré en daño suyo, ni vos tendríais razón de que me lo digáis, mas lo que yo quiero saber es cuál es la doncella que vuestro señor ama de extremado amor.
—Mi señor —dijo él—, ama a todas en general, mas cierto no le conozco ninguna que él ame de la guisa que decís.
En esto hablando, llegó el rey Garinter donde ellos estaban hablando y vio a Darioleta con el escudero y llamándola le dijo:
—Tú, ¿qué tienes que hablar con el escudero del rey?
—Por Dios, señor, yo os lo diré, él me llamó y me dijo que su señor ha por costumbre de dormir solo y cierto que siente mucho empacho con vuestra compaña.
El rey se partió de ella y fuese al rey Perión y le dijo:
—Mi señor, yo tengo muchas cosas de librar en mi hacienda y me levanto a la hora de los maitines, y por no daros enojo, tengo por bien que quedéis solo en la cámara.
El rey Perión le dijo:
—Haced, señor, en ello como más os guste.
—Así me place a mí, dijo él. Entonces conoció él que la doncella le dijera verdad y mandó a sus reposteros que luego sacasen su cama de la cámara del rey Perión. Cuando Darioleta vio que así en efecto viniera lo que deseaba, fuese a Elisena, su señora, y se lo contó todo como pasara.
—Amiga, señora —dijo ella—: ahora creo, pues, que Dios así lo endereza, que esto que, al presente, yerro parece, adelante será algún servicio suyo.
—Decidme lo que haremos, que la gran alegría que tengo me quita gran parte del juicio.
—Señora —dijo la doncella—, hagamos esta noche lo que está concertado, que la puerta de la cámara que os dije ya la tengo abierta.
—Pues a vos dejo el cargo de llevarme cuándo tiempo fuere.
Así estuvieron ellas hasta que todos se fueron a dormir.

(continuará)

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