15 agosto 2007

libro primero de amadís de gaula. 2

(continuación)

El caballero, quitándose el escudo y yelmo, y dándoselos a su escudero fue a abrazarlo diciendo ser el rey Perión de Gaula que mucho lo había deseado conocer. Muy alegres fueron estos dos reyes en haberse así juntado, y hablando de muchas cosas se fueron a la lugar donde los cazadores estaban para retirarse a la villa, pero antes le sobrevino un ciervo que de las armadas muy cansado se colara, tras el cual ambos reyes, al más correr de sus caballos, fueron pensando en matarlo, mas de otra manera les acaeció, que saliendo de unas espesas matas un león delante de ellos al ciervo alcanzó y mató, habiéndole abierto con sus muy fuertes uñas, y bravo y mal continente contra los reyes se mostraba. Y como así el rey Perión le viese, dijo:
—Pues no estaréis tan sañudo que parte de la caza no nos dejéis.
Y tomando sus armas descendió del caballo, que adelante, espantado del fuerte león, no quería ir, poniendo su escudo delante, la espada en la mano al león se fue, que las grandes voces que el rey Garinter le daba no lo pudieron estorbar. El león asimismo dejando la presa contra él se vino y juntándose ambos, teniéndole el león debajo a punto de matarle, no perdiendo el rey su gran esfuerzo, hiriéndole con su espada por el vientre, lo hizo caer muerto ante sí, de lo que el rey Garinter muy espantado para sí decía:
—No sin causa tiene aquél fama del mejor caballero del mundo. Esto hecho, recogida toda la campaña hizo en dos palafrenes cargar el león y el ciervo y llevarlos a la villa con gran placer. Donde siendo de tal huésped la reina avisada, los palacios de grandes y ricos atavíos, y las mesas puestas hallaron; en la más alta se sentaron los reyes y en la otra junto con ella, Elisena, su hija; y allí fueron servidos como en casa de tan buen hombre se debía. Pues estando en aquel solaz, como aquella infanta tan hermosa fuese y el rey Perión por el semejante, y la fama de sus grandes cosas en armas por todas las partes del mundo divulgadas, en tal punto y hora se miraron que la gran honestidad y santa vida de ella no pudo tanto, que de incurable y muy gran amor presa no fuese, y el rey asimismo de ella, que hasta entonces su corazón, sin ser juzgado a otra ninguna, libre tenía, de guisa que así el uno como el otro estuvieron todo el comer casi fuera de sentido. Pues alzadas las mesas, la reina se quiso retirar a su cámara y levantándose Elisena se le cayó de la falda un muy hermoso anillo que para lavarse del dedo se quitara y con la gran turbación no se acordó de tornarlo allí y bajóse para tomarlo, mas el rey Perión que junto a ella estaba quiso dárselo, así que las manos llegaron a un tiempo y el rey tomóle la mano y apretósela. Elisena se tornó muy colorada y mirando al rey con ojos amorosos le dijo pasito que le agradecía aquel servicio.
—¡Ay, señora! —dijo él—, no será el último; mas todo el tiempo de mi vida será empleado en serviros.

(continuará)

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